Mientras charlábamos para saber de qué manera conseguiríamos el dispositivo para estudiar, recordamos inmediatamente las bibliotecas de nuestros abuelos, con los libros y sus hojas amarillentas, los lomos partidos, las portadas despedazadas y el polvo consumiendo las palabras que ya habían sido olvidadas. Supimos de una vez que esos viejos libros serían nuestra elección para realizar un análisis de la sociedad y la educación durante el siglo pasado, pero nos enfrentábamos a un desafío, ninguno de nuestros abuelos con sus estanterías vive en Ibagué, y antes del plazo otorgado para conseguir los dispositivos posiblemente ninguno tendría la oportunidad de viajar hasta los pueblos para traer los materiales.
Pero el plazo se extendió por una semana y el momento que se esperaba llegó, uno de nosotros logró viajar hasta la ciudad de Girardot y visitar a su familia, escarbando entre el librero, oliendo el agradable aroma de las páginas antiguas y soplando las portadas empolvadas logró su cometido, encontrando algunos libros que sus abuelos no se negaron a prestar.
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